La Iglesia de Jesús, mi hogar.

Autor: 
P. Antonio Cosp

 

La Iglesia de Jesús, mi hogar.
 
  1. En nuestra situación de separados en nueva unión no sentimos a la Iglesia como familia. Me siento juzgado y excluido, al menos de la comunión eucarística. De mi familia espero comprensión e inclusión a pesar de las dificultades que pueda tener en el orden que sea. Mi divorcio lo experimento como un accidente grave en mi vida con consecuencias de por sí duras para mí. Ese es mi sentir.
  2. La Iglesia ha tomado una medida disciplinaria al respecto. Nadie puede decirme si yo estoy o no en pecado. Pero no dudamos de afirmar que nuestra situación es irregular. Rompí una promesa, un sí para siempre que yo quise cumplir y llevar a cabo amando a mi cónyuge como Jesús me ama desde la cruz y hasta la muerte. Fui ministro y a la vez, receptor de un sacramento. No hablamos de culpabilidad. Quizás incluso no ha existido…
La medida disciplinaria es que no debo comulgar. Esta medida algún día puede cambiar. Pero mientras esto no suceda, el acto de obediencia de nuestra parte lo vemos como un paso más de acercamiento a nuestra santidad. El Verbo de Dios se anonadó e hizo obediente hasta la muerte en cruz. Fil. 2,5ss Obediencia viene de oír. Oímos la voz de la Iglesia, la voz de hoy. Como Jesús nos anonadamos, nos sometemos y eso nos trae la paz de seguir los caminos y leyes de nuestra Iglesia, nuestro hogar. Nos pone en armonía con la legislación y conducción paterna de nuestro hogar.
  1. Adán se autoexcluye. No quiso obedecer. Quiso ser dios por caminos propios pensando saber más que su creador y padre. La espada de fuego los excluyó del paraíso. Nosotros tenemos todas las posibilidades y caminos de vivir como hijos de Dios y estar y vivir en su casa. La exclusión de la Iglesia es mínima frente a la infinidad de abrazos (el Padre Dios, Jesús, María, Schoenstatt, los hermanos) que nos reporta la obediencia y que perdemos si nos autoexcluimos. Entonces, yo también empiezo a cumplir un gran y principal mandamiento: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón…. y al prójimo como a ti mismo”. Ahí está el núcleo de toda santidad. Empezamos a dar abrazos, a regalar hogar, a apiadarnos del necesitado a ejemplo de Jesús, buen samaritano y del Padre del hijo pródigo.
  2. La exclusión real no existe desde el momento que “el que cree en el Hijo tiene vida eterna” Jn. 3,38 y 1 Jn. 5, 11-13 “Las palabras que yo les he hablado son espíritu y vida” Jn. 6, 63 “Por Cristo Jesús, nuestro Señor, recibí la gracia y la misión de apóstol para hacer que los hombres lleguen a la obediencia de la fe… a uds. a quienes Dios quiere y que fueron llamados a ser santos. Rom. 1,5 Es cierto, “no hago el bien que quiero sino el mal que no quiero”. Rom. 7, 19 Pero, “la ley del Espíritu de vida te ha liberado en Cristo Jesús de la ley del pecado y de la muerte… Dios envió a su propio Hijos, y le hizo compartir la condición esta carne pecadora; lo hizo víctima por el pecado y condenó al pecado en la carne.” Rom. 8, 2-3 (leemos Rom. 8, 28ss). “En verdad les digo, el que escucha mi palabra y cree en el que me ha enviado, vive de vida eterna, por ha pasado de la muerte a la vida” Jn. 5,24
  3. Nadie da lo que no tiene. Al no autoexcluirnos y al ser obedientes, escuchantes de las palabras del Enviado, Jesús, el se va manifestando en sus palabras y en sus obras que son signos de una realidad que está más allá del hecho como tal. El evangelio de Juan es el único que elabora este aspecto. Utiliza el número de la perfección, siete signos son los que recoge. El sexto, luego de la multiplicación de los panes, Jesús va a la montaña a orar, el pueblo quiere convertirlo en rey y los apóstoles toman su lancha y se dirigen a Cafarnaún. En medio del lago se desata un fuerte viento y cuando desesperan por el peligro, se les aparece Jesús caminando sobre el agua. No solo el mar se aplaca sino que llegan de inmediato a destino. Todo ha sido un signo, de que quien se aleja de Jesús pierde en vida y luz. Irse, autoexcluirse puede haber sido una actitud hasta el presente por desconocimiento. Pero queremos dar un paso hacia la luz. Queremos acompañar a Jesús al Tabor y contemplar su gloria y oír desde el cielo la palabra del Padre: “Este es mi Hijo muy amado, escúchenlo”. Al acabar el retiro anual del Vaticano, (7.3.09) Benedicto le agradece al predicador:“Al escuchar sus palabras, me vino a la mente una profecía del profeta Ezequiel interpretada por san Agustín. El Dios pastor dice a su pueblo: “Pastorearé a mis ovejas por los montes de Israel. Las apacentaré en buenos pastos Ez 34,13-14. Y san Agustín se pregunta dónde se encuentran esos montes de Israel y cuáles son esos buenos pastos, y dice: los montes de Israel, los buenos pastos son la Sagrada Escritura, la Palabra de Dios que nos proporciona el verdadero alimento”. Es claro que cada día deberíamos entrar en un contacto creyente con la Palabra y dejar que ella nos toque el corazón y nos permita recordar muchas cosas no sanadas y sanarlas. “Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba. De él saldrán ríos de agua viva” Jn. 7, 38 Todo río comienza como arroyo y va creciendo a medida que recibe más agua. Así debe llegar a ser nuestra vida: una fuente caudalosa de la cual muchos sacien su sed.
  4. Broche de oro. “Dios hizo pasar a todos, judíos y cristianos, por la desobediencia, a fin de ejercer con todos su misericordia. ¡Qué profunda es la riqueza, la sabiduría y la ciencia de Dios! No se pueden penetrar sus designios ni se pueden comprender sus caminos. En efecto, ¿quién ha conocido jamás lo que piensa el Señor? ¿Quién se hizo consejero suyo? ¿Quién ha podido darle algo primero, de manera que Dios haya tenido que pagarle? En verdad, todo viene de él, ha sido hecho por él y ha de volver a él. A él sea la gloria para siempre. ¡Amén! Rom. 11, 32-36 
 
P. Antonio Cosp
7.4.09                                   
 

 

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